¿Y por qué no?
Vale, tal vez una respuesta a la gallega no sea lo que estabas buscando, pero todo se reduce a eso. Si estás leyendo este post, probablemente hayas tenido ganas de escribir una historia alguna vez. Un relato corto, quizás, pero seguro que una novela. Qué digo una novela: ¡una saga épica! 3000 páginas, o más, que detallen la increíble historia sobre la que has estado pensando los últimos años.
Mi propia experiencia acerca del deseo de escribir comenzó cuando tendría unos seis años. Tengo el recuerdo difuso de Mariano, mi gran maestro (ese que espero que todos hayamos tenido), proponiéndonos que escribiéramos una historia. Creo que también teníamos que encuadernarla en cartulina. Yo no sólo escribí una: escribí tres o cuatro. No recuerdo sobre qué trataban, pero sé que me fascinó la posibilidad de crear eso que me encantaba, que eran los libros.
Lo siguiente que recuerdo es que, con ocho o nueve años, tuve el deseo y la inspiración de escribir una historia de verdad. Una novela sobre un niño en la selva, me parece. Se fue tan pronto como volvió, pero se convirtió en el germen de las fantasías que me acompañarían en los años siguientes.
¿Alguien se acuerda del Curso de Informática por fascículos? Mi primer inicio de historia fue en el procesador de textos que traía, el Letraguay. Era un pastiche de los Power Rangers, Cazadores en la Red y alguna cosa más, todo desde la óptica de una niña a la que le encantaban los videojuegos y las “cosas tecnológicas”. Ni qué decir tiene que empezaba con la protagonista, a todas luces desprovista de personalidad, describiendo su triste infancia y su apariencia física.
Sí, todos hemos estado ahí.
Y después de varios intentos, una frustración importante ante mi incapacidad de acabar nada y la certeza de que no volvería a escribir jamás, un día me puse a ello.
El motivo fue que Alba Lanuza, una de mis amigas íntimas, me enseñó en el instituto su borrador de novela. Era infumable, llena de clichés, con un estilo muy poco pulido y alejado del mío. Mi yo de 16 años vio las 150.000 palabras de historia más que mejorable… y se murió de envidia.
¿Por qué alguien podía dedicarse tan a fondo a algo que a mi juicio estaba mal y yo no conseguía juntar más de un par de capítulos antes de morir de vergüenza? ¿Por qué mi amiga había logrado algo tan bueno, a pesar de los errores, y yo no?
En las dos semanas siguientes escribí una novela corta. Seis meses después, escribí una novela de fantasía larga. Un año después, escribí una novela algo más corta y completamente horrible.
Sí, la chispa que me llevó a escribir fue la envidia mezclada con la arrogancia. Porque si una amiga podía hacer algo que yo amaba peor que yo, ¿qué era lo que me impedía hacer lo mismo? Hoy en día se ha convertido en una escritora maravillosa cuyo estilo me encandila. Todo el mundo hemos tenido 16 años y un cuaderno lleno de héroes llenos de angst, agujeros de trama y clichés. La técnica se aprende y se mejora. Lo que cuenta es el deseo.
Así que, ¿por qué escribir?
Porque el que quiere escribir, lo necesita. Porque es un deseo que se te mete debajo de la piel. Los escritores tenemos siempre la sombra de una historia planeando sobre nuestras cabezas. Cualquier imagen puede incitar la inspiración y, de pronto, obligarnos a tomar notas. Solemos poseer los retazos de una película que vemos incansablemente y que, por desgracia, nunca acaba pareciéndose a lo que sacamos al papel.
Si estás leyendo esto, seguro que tienes una historia. Si no sabes por qué escribirla, no lo pienses y hazlo. Exorcízala. Dale una buena paliza y sácatela de dentro. Es lo que quieres y lo que necesitas. El resto son excusas.
Y sí, la página en blanco es como asomarte a un abismo… pero nadie te pide que saltes. Con material de escalada puedes descenderlo. Tal vez sea tan fácil y rápido como hacer rápel, o tan lento y cuidadoso como el senderismo. Lo que importa es llegar al fondo. Cuando mires de nuevo arriba, verás dónde te encontrabas. Joder, qué alto estabas, ¿eh?