Pudiendo construir puentes o salvar vidas, qué extraño que tanta gente dedique su tiempo a crear historias, ¿no? ¿De qué sirve el arte cuando hay personas que pasan hambre, o que sufren dolores, o que mueren? ¿De qué sirve perder el tiempo escribiendo una novela si podrías estar empleando esas horas en hacer cualquier otra cosa?
¿Cuántas veces hemos oído eso? Aún peor, ¿cuántas veces hemos interiorizado esas preguntas? Y, sin embargo, aquí estamos, en una sociedad que comenta el último capítulo de Juego de Tronos como si le fuera la vida en ello, o se gasta un dinero (a veces excesivo, pero eso ya las editoriales y los impuestos) en libros, cómics, videojuegos… Cuando un médico sale de una operación de veinte horas, después de dormir, comer y hacer pis probablemente quiera distraerse. Y aquí es donde entra la ficción.
A los humanos nos encantan las historias. Respiramos ficción desde que somos pequeños. Adoramos ver nuestras vidas reflejadas en la televisión o la literatura, como si eso las convirtiera en menos aburridas. Y es que así son menos aburridas.
No conozco a nadie que desdeñe el placer de la abstracción por cualquier medio. Quien no ve películas ve series, o lee libros, o juega a videojuegos. Y todas esas cosas han sido creadas por una persona o grupo de personas que han elegido dedicar esa porción de sus vidas a entretener a otros.
La realidad tiene un impacto innegable en la ficción, pero la ficción también lo tiene en la realidad. La única manera que tenemos de salir de nuestra zona de confort sin realmente salir de nuestra cómoda vida es mediante la ficción. Es un ejercicio de empatía, de apertura de mente. Cuando vemos a alguien diferente a nosotros vivir una vida parecida a la nuestra, nos acercamos a esa persona. Cuando nos acostumbramos a ver personas de color haciendo cosas heroicas, aceptamos el binomio color-heroico como posibilidad. Cuando nos asomamos a la vida cotidiana de una persona homosexual y nos damos cuenta de que no es tan distinta, aceptamos la normalidad de la gente diferente. Cuando seguimos las aventuras de una mujer independiente y activa, consideramos a las mujeres como seres independientes y capaces de hacer lo que deben.
Necesitamos libros diversos
¿Por qué merece la pena cambiar la fórmula habitual de la ficción? Pues porque el mundo está cambiando. Y eso repercute en la ficción. Que a su vez provoca impacto en el mundo. Que a la vez se refleja en la ficción.
Tengo la creencia de que cuando creamos ficción estamos cambiando el mundo. A escala tan pequeña como un lector o a escala mundial, si la cosa tira. Yo optaría por hacerlo de manera responsable para tener algo bueno que aportar. A veces es solo entretenimiento, sí. Pero a veces es algo más.